LA PAREJA HUMANA Y LA MUERTE, A PESAR DE TODO, BAJO UNA LUNA SEMIENCENDIDA Y SEMIINCENDIADA.
No conocí el rostro de Aleixandre. No miré cómo colocaba las manos mientras hablaba. Cómo miraba mientras leía. No estuve en la misma habitación en la que creaba versos. No fui un poeta joven dudoso de su valía en su presencia. No supe qué pensaba en sus silencios. No le vi dormir. No le vi morir. Y sin embargo, le amé con locura.
È vero, sucede
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