"Sé que ese azul radiante que lleváis en los ojos
es un cielo pequeño con un oro dormido" Vicente Aleixandre

martes, 27 de noviembre de 2012

Si me confirmas con tu cuerpo
álgido, ávido, colocado diametralmente opuesto al mío,
cederé a este razonamiento vago, de constantes pésimas.
No lamentaré haber esculpido el odio zarandeado contra el tiempo.
Haber escupido tu nombre como una extraña e ímproba sustancia dentro de mí.
Te colmaré de cánticos, te lo prometo,
te colmaré,
si hoy lentamente tus brazos se enlazan,
simplemente,
cálidamente alrededor de los míos…

martes, 20 de noviembre de 2012

Para Andrés:
El niño verde
   Había una vez un niño. Un niño verde. Que vivía dentro de una burbuja transparente, pero con olor a magnolia. Las ventanas de la burbuja daban a un precioso bosquecillo ajardinado, con un banco de madera y una mesita de madera. En las ramas de los árboles había muchísimos animalitos graciosos: pájaros, Koalas, y algún que otro gato (los gatos no le gustaban mucho, pero éste se empeñó en quedarse en la burbuja, y el niño no tuvo valor para echarlo sin llorar, así que lo dejó quedarse). El niño pronto descubrió que se sentía muy a gusto en aquel lugar. Casi siempre hacía sol, y alguna vez, para no olvidar el romanticismo y para que los árboles pudieran mostrarse plenos, llovía, llovía mucho. En esas ocasiones, el niño cerraba la puerta que daba al jardín y se quedaba dentro de la burbuja pensando en sus cosas. Componía canciones y poemas. Un día pensó que escribiría poemas y empapelaría tooooda su burbuja con palabras preciosas, llenas de sentimientos de amor. No excluyó el desamor, ni los poemas sobre gatos, ni los que hablaban de las rosas, ni del paso del tiempo, ni los que sólo eran juegos de sonidos. Los puso todos, por toooooda su burbuja. Dentro, también tenía una sillita de madera desde la que se podía observar cada palabra desde cerca. Una tarde de lluvia, sentado en su sillita, contempló estupefacto uno de los poemas que estaba colocado justo debajo de su pie izquierdo. Decía así: “Sobre la arena del mar, el sol es más legible”. Entonces, colocó su sillita junto a los árboles del bosque y trepó para ver más allá, mucho más allá, mucho más allá… Hasta que notó cómo algo rozaba sus zapatos verdes, por supuesto… Estaba apoyado en su burbuja, que le empujaba en dirección a la playa… Ya podía ver las olas.., ya olía el agua del mar y la brisa le mojaba la cara… Escuchaba a las gaviotas… Sentado por primera vez en la arena comprendió, agradecido, lo que su burbuja había hecho por él.   
YA NO SOY MÁS TÚ DESDE ESTE YO
Apoyaba las yemas de los dedos en los agujerillos fríos, la madera desprendía un olor a compacto barroco, mezclado con la vaselina del corcho. Ya sabes.., tenía que montarlo suavemente.. Cada pieza encajaba, y era un juego. Estaba a punto de mostrar mi alma, no, no tan de veras, sólo de la forma que alguien curioso mira a través de la cortina opaca y observa, musitando, algo que le gusta demasiado. A punto de ser descubierto. El aire brota de las entrañas, sabe que se colmará el sentimiento, que casi entrarán unas ganas certeras de agotar el instante en una cadencia. Pero habrá que continuar. La garganta se anuda. Se inhibe y se envalentona. Ya no sabe qué papel le toca a ella en todo esto. Va a sonar, de un momento a otro, una melodía que trasformará el ser en sí mismo para siempre. Unas notas frenéticas y firmes, mucho más que su presencia, que su prestancia y que su conciencia. Unas notas redondas y profundas que recuerdan la esencia pura del viento que las trae arreboladas. Y en la habitación, que dadas las circunstancias, podremos llamar estancia, por la forma poética, por el estatus de amor que ha creado el poema con la música clásica, que ya se precipita en la lengua… En la estancia…, digo… Suena el oboe, y los rumores acallados de seres que inundan las paredes  rancias, desaparecen. Mientras la música se deslíe nuevamente hacia el alma: instante glorioso de retroceso hacia un vertiginoso comienzo seguro.

viernes, 16 de noviembre de 2012

NO ME CONCEDAS ESTE BAILE
…Una vez sufrí un desengaño amoroso, y mi abuelo, miró a mi abuela, alzó la mano con desdén y dijo que no valía la pena. Echo de menos a mi abuelo, sobre todo esos gestos nimios, en los que daba por hecho que “no valía la pena”. Le quise tanto en ese momento. Cómo, con sus manos ásperas y huesudas de tanto trabajar, podía calmar con su actitud un problema tan tonto como el mío. Me avergonzó ser tan débil. Me avergüenza todavía, a pesar de que desengaños amorosos hubo muchos después de aquél.  Venían todos de mi propensión a la idiotez. Se es idiota en algunos aspectos, no en todos. Y éste es uno de los míos. Yo debí pincharme con la rueca, o Campanilla se encarnó en mí pasada la novela. Algo tuvo que ser.  Ahora estoy decidiendo ser hada madrina, que son buena gente, y hacen los deseos realidad. Los de los otros, ya lo sé.

lunes, 12 de noviembre de 2012

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
  El poeta de la verdad, de la esencia, de las palabras, de la esencia en las palabras. Visité su casa, ávida de romanticismo literario. Encontré al hombre, en los objetos. Apenas puedes creer que él los tocara, que se sentara en aquella mesa, que se vistiera aquel traje, aquel sombrero. El hombre por encima de las ideas. El hombre con las ideas. Lo imaginé mirando desde la ventana de su dormitorio, la que da a la calle. Aquel día llovía. Cómo le miraría Zenobia trabajar. Cómo caminaría por aquellas hermosas habitaciones recreando siempre algún verso de sus versos. Leía en la lengua original de los escritos, pero adoraba el castellano por encima de todas las demás. El poeta de las palabras hizo que no nos olvidáramos de ellas, y que las rozáramos con una mano sosegada de certeza. Rozar las palabras, palpar los conceptos, desde la sencillez del entendimiento más puro y abstracto.

Le Penseur, Rodin
   Una vez vi a El Pensador, de Rodin, en la calle.  Caminaba distraída y me sorprendió su hermosura solemne, su ubicuidad irreverente... No recuerdo apenas nada, ni dónde estaba, ni cuándo, hasta tal punto que muchas veces dudo de si sólo fue un sueño. Entonces siento una rara emoción cuando advierto la intensa forma que tienen los sueños de conectarse con la realidad, alambicando esta simbiosis. Vi a El Pensador, y admiré su belleza: el contenido arañaba su silueta fornida y perfecta.
LO QUE NO SE VE
Avanza la torre y cae.
Extasía el tac- tac de unos tacones.
Una mano se aproxima y ralla la pesadumbre equidistante:
 entre la torre y los zapatos,
 han quedado esparcidos milimétricos asuntos probables.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

“De ningún modo es eso lo que pienso”. The Love Song of J. Alfred Prufrock, T. S. Eliot
 Al principio, Prufrock me pareció la palmada en la espalda a tiempo. Como si el “catcher” de Salinger estuviera rescatándome de caer definitivamente en el abismo…, - y sin embargo abismarse no es un mal término. Tiene la elegancia de las palabras-suspiro, aunque acabe en desastroso fin…-.  Prufrock, con sus charlas perdidas en naderías a su pesar, su paciente anestesiado, su niebla y su definitivo envejecer así,  “Envejezco… Envejezco…  Tengo que llevar los pantalones enrollados”, suponía la alerta. ¿Pero es acaso necesario considerar a Prufrock un semihéroe, y no el héroe de la lucidez del ángel amable? Tenemos que simular que nos causa vergüenza habernos creído superiores cuando en retrospectiva recordamos sus terribles palabras:  “No, no soy el príncipe Hamlet, ni pretendía serlo…”, pues ahí está toda la razón del poema desde mi perspectiva de salita de té. Nadie dijo, la niebla no se fue, y el paciente anestesiado nos perseguirá para siempre. ¿Pero por qué? Porque Prufrock somos todos, aunque Eliot nos vista de Hamlet a menudo, y en breves,  profundos y tristes espacios,  pretendamos ser  sólo  un bufón que ha caído en la cuenta.

martes, 6 de noviembre de 2012

JACULATORIA III (NO EXISTE LA ANTERIOR JACULATORIA)

No pertenecemos a los absolutos.
Las verdades no existen. Sólo existen las palabras.
Que no son.
Que desfiguran el ser real en esencia.
Porque no existe la realidad, y la nombramos, sin embargo...
De esto estoy segura.
De esto y de que las líneas que esgrimen una concreción relativa,
son liberadas una y otra vez por el tacto de las palabras.
No soy sin las palabras. No soy, de todos modos, en el relativo pero constante huir del tiempo.